Lo conseguimos. Seguramente habrá un antes y un después de la ley que impide la celebración de corridas de toros, aprobada hoy por el Parlament de Catalunya. Ya era momento de que una institución seria y poderosa se atreviera a meter mano a la barbarie de la asquerosamente llamada, fiesta taurina. Que por cierto, no ha sido prohibida sino abolida, como en su día se abolió la pena de muerte.
Y no me vale la coartada de la tradición. Cientos de tradiciones a lo largo de la historia son hoy, por fortuna y gracias a la lucha de mucha gente, delito. ¿O no ha sido, y en muchos casos es, tradición maltratar a la mujer, al homosexual, o al extranjero, que pretendía libremente ejercer de si mismo? Pues sí. Y hoy ese maltrato, esa humillación, es un delito penado por la ley. Y no me vale tampoco el escándalo que supone para muchos, comparar el maltrato a las personas y a los animales. Toda la vida hemos matado a palos a los perros y a los gatos y hoy, menos mal, eso es un delito.
Y no me vale la coartada de la expresión cultural de un pueblo. Porque el pueblo se expresa culturalmente de muchas formas. El pueblo es capaz de despeñar una cabra desde un campanario para expresarse, o de humillar hasta la muerte a un novato para expresarse, o hasta hay pueblos que se expresan lapidando, mutilando y matando a los que considera delincuentes. Y hoy afortunadamente todas esas prácticas son un grave delito o al menos pensamos casi todos que deberían serlo. Es más, también hay pueblos que se expresan a través de sus representantes legítimos, para evitar que siga cometiéndose una barbarie. Así que, un respeto para el pueblo que se expresa en democracia.
Y no me vale la coartada de los puestos de trabajo que genera la industria taurina. Más puestos de trabajo genera el narcotráfico, o las guerras, y a nadie se le ocurre apoyar su existencia. Porque la dignidad es fundamental en la vida de las personas, y un trabajo basado en la muerte, en el miedo y la desgracia no es un trabajo digno, y no es propio de personas dignas. De eso la Iglesia sabe más que nadie, aunque ese es un tema para otra ocasión.
Y por supuesto no me vale la ridícula teoría, tan de moda últimamente, que resume esta ley en un supuesto antiespañolismo. Que no, que no, que por mucho que se empeñen somos muchos los españoles que no consideramos tan denigrante actividad como sinónimo de españolidad, sino como barbarie y como vergüenza. No somos nosotros precisamente los que llamamos nacional a una fiesta que no es fiesta sino muerte. Así que ya pueden dejar de aprovechar que el Llobregat pasa por Barcelona (o casi), para potenciar la asquerosa política anticatalana. Que ese es otro tema, también para otra ocasión.
Y lo cierto es que lo peor de la fiesta taurina no es el maltrato a los animales, que también. No es el hecho de que la industria taurina alberge en su seno los sectores más machistas y clasistas de la sociedad, y la incultura de muchos botarates orgullosos de serlo, que también es fuerte. Ni siquiera lo peor, aunque es muy peor, son los intelectualoides, artistoides y otros personajes que apoyan los toros y los toreros kamikaze, y los disfrazan de sentido común y pedigrí. Lo peor, sin duda lo peor, es algo de lo que se habla muy poco. Es el hecho de que la gente pueda disfrutar de la muerte como se disfruta de un espectáculo. Me repugna pensar que en la fiesta taurina exista la posibilidad de “matar bien” o “matar mal”. Expresiones que parecen sacadas de otro mundo, de otro tiempo. De una sociedad muy atrasada y desde luego, muy inculta. ¿Quién puede estar tan enfermo como para disfrutar con la muerte?
Así que celebremos el logro conseguido, y veámoslo como lo que es: un primer paso. Es lo justo.
Ya verás como la Generalitat Valenciana, en un alarde de españolismo y de iniciativa pioner declara a la Comunidad Valenciana Comunidad Toros Friendly o algo similar. Porque Jaume I, después de ponerle nombre a la orxata, besó su estampa de la Geperudeta y se hizo un tatujae de Curro Romero. De toda la vida.
Lo dijo maiquel_nait el 28.07.2010 a las 13:21