Nadadoras y mártires… ¡anda ya!

¿Acaso alguien pensaba que permanecer bajo el agua cabeza abajo nosecuantísimos segundos, mientras se dibuja con las piernas una exquisita coreografía sin salpicar una sola gota, era fruto de un don divino? Pues no. Que unas veinteañeras consigan semejante barbaridad al más alto nivel es sin duda consecuencia de años de duro, durísimo trabajo y una disciplina absolutamente ajena a lo humano. Así que no debemos echarnos las manos a la cabeza, ahora que algunas de ellas han decidido hablar y contar las vejaciones por las que dicen haber pasado.

El relato es terrible, y seguramente cierto. Pero es igualmente cierto que para alcanzar semejante nivel  parece necesario. Nadie está obligado a vender su infancia o su adolescencia por conseguir una medalla olímpica, y las leyes de protección del menor no dicen nada de los padres y las madres que permiten o instigan a sus hijos e hijas a asumir un sacrificio tan grande. Porque éstas tienen ventipico años, pero otras, en otros tantos deportes, son directamente menores. Pero así es muchas veces el deporte de élite: un montón de jóvenes con el desarrollo físico y social manipulado y dirigido, quién sabe, por padres y sobre todo, por profesionales duros e incansables. Y si se quiere estar a la altura de los países del este europeo o de China, a quienes por cierto tanto criticamos por suponer parecidas técnicas de trabajo, es así como se consigue.

Por eso no podemos permitirnos jugar a la doble moral. No parece muy sana una sociedad que convierte a unas jovencitas en heroínas nacionales, referentes de miles de niñas espectadoras, y después se escandaliza al descubrir la infelicidad de las que años después confiesan haberse sentido humilladas y maltratadas. Y mucho menos demonizar a la entrenadora, hasta hace cuatro días una diosa en la tierra, como si hasta ahora hubiéramos pensado que conseguía estos resultados a base de risoterapia.

Tal vez sería más interesante empezar a plantearse el funcionamiento de determinados deportes, al menos los más técnicos, en su máximo nivel. Porque dudo que lo más indicado para el feliz desarrollo de un joven o un menor, sea el duro trabajo, la férrea disciplina y la dedicación absoluta. Por no hablar de la obsesión por la victoria frente a la derrota, y la competitividad entre compañeros. Factores todos que si ya complicarían el equilibrio de un adulto, con más razón podrían determinar el de un menor.

Vivimos en un mundo que genera ídolos sin cuestionarse nada. Y esto es como en los toros: que peor que el maltrato animal, es el disfrute humano ante ello. Y en según qué deportes y según qué casos, y no necesariamente en la sincronizada, estamos encantados de que nuestros hijos admiren por encima de todo, a un puñado de tarados, enfermos y drogodependientes capaces de exponer su vida por conseguir un podio o una medalla.

Así que mientras veo cómo la policía madrileña se inventa un disturbio para liarse a hostias con la gente que pide justicia y trabajo, no pienso escandalizarme porque unas cuantas señoritas pijas decidieran un día ser tratadas como una mierda a cambio de una medalla. Estaría bueno.

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Comentarios:

Tienes más razón que un santo, Queen. A mí también me repatea la glorificación del deporte. Ojalá acumuláramos premios nobel en vez de medallas.

Lo dijo epo el 30.09.2012 a las 16:35