Un directo de Raphael es como uno de Muse: todas las canciones parecen la última, todas suenan a apoteosis, y están envueltas en artificios y trucos de los que sobrecogen. La diferencia por supuesto, es que lo de Raphael es de verdad, o sea, que es un animal escénico y que todos los trucos (ese retirarse el micrófono, ese entrar y salir de escena, esos pasitos de baile o ese cantar sin micro, a pelo), salen de sí mismo y de su presencia.
Dos niveles de escenario, separados por dos escaleras curvas en un efecto simétrico con el piano de cola en el centro, todo coronado por una pantalla de proyecciones; todo ello digo, sirvió de soporte para que un Raphael muy en forma presentara Lo mejor de mi vida, el nuevo espectáculo donde hace un exhaustivo repaso de dos horas y media por toda su carrera. Hubo un divertido set ye-ye, incluyendo “Todas las chicas me gustan” en un número supergay de armario de colores y un “Mi gran noche” que decidió estropear al reclamar la participación del público. Rescató temazos como “Digan lo que digan”, demasiado histriónico hasta para él, y maravillas como “Payaso” o “Hablemos del amor” que bordó hasta emocionar. Reinterpretó clásicos ajenos como un espectacular “Adoro”, ese bolero blanco que raphaelizado sonó imponente, y hasta cantó a dúo con Gardel, a través de una radio antigua de atrezzo, un “Volver” más que decente.
Yo, que soy un enamorado de sus temas de los primeros 80, disfruté de las estupendas interpretaciones de “Que sabe nadie”, “Estar enamorado” y “En carne viva”, y el mundo se volvió loco con ese horror que es “Maravilloso corazón”, interminable y con todos coreando, que sonó en una versión tan a chorus line que hasta terminó haciéndome gracia, y un “Escándalo” tan escandalosamente malo como de hecho es.
La verdad es que la vuelta de Raphael a los brazos de Manuel Alejandro no puede ser más feliz, porque los temas que presento de “El Reencuentro” son fantásticos. Especialmente “Eso que llaman amor”, que se sale de bonita.
El público, muy valensiano (si en “Sonrisas y Lágrimas” todas parecían Cristina Tárrega con sus sobrinas, aquí todas eran como del Sávame Diario) no cesaron de gritar piropos y comentarios, algunos tan fuera de lugar que rompían el clímax dramático del artista. Hubo momentos tan desaforados que pensé que empezarían a lanzar bebés al escenario como si Raphael fuera una maredeueta de camino al Santo Cáliz.
Terminó con un brevísimo bis de “Como yo te amo”, que si por mí hubiera sido habría durado diez minutos.
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